Archivo mensual: agosto 2013

El día que me perdí en Torrevieja

Finales de Agosto de algún año que no recuerdo. Mis padres habían quedado con mis tíos, la hermana de mi madre y su esposo (y mi padrino). Aquella noche iba a dormir en su casa para al día siguiente irme con ellos a Torrevieja a pasar unos días en la playa en la casa de unos amigos suyos que se la habían prestado.

Quedaron en la Plaza de España, craso error cuando están tocando los Celtas cortos, por aquel entonces sin su vocalista Cifu por problemas con el grupo. No obstante no tardamos en encontrarlos.

Al día siguiente, cuando llegamos a la casa, un pequeño dúplex con un patio bastante mono situado en una pequeña urbanización de casas similares, vislumbramos a los lejos algo que despertó el deseo de mi primo y mi tía nada más verlo: El Aquópolis. Se podía ver desde la lejanía dos grandes toboganes y algunas atracciones más, las más altas. Recuerdo también que cerca había un Mercadona, dónde mi tía iba a hacer las compras mientras mi primo y yo lo tocábamos y rompíamos todo. No era para menos. Éramos niños y nos aburríamos, máxime cuando mi tía se ponía a mirar todas las fechas de caducidad a todos los productos, los comprara o no.

No teníamos coche pero mi tío dijo que si queríamos ir, que íbamos a ir. Al día siguiente, por la mañana, con un solanero nos dirigió hasta allí. Él tampoco sabía. Me dijo:
“Estamos aquí y el Aquópolis allí. Lo vemos, tenemos el objetivo a la vista. ¿Cómo vamos a perdernos? Si hacemos lo que hay que hacer, aunque nos cueste, llegaremos”.

¡Y vaya si nos costó! El plan de la línea recta de mi tío hasta llegar al Aquópolis incluyó varios kilómetros dónde había que saltar matas, pincharse con cardos o cruzar autovías, todo ello bajo un sol demoledor. Era una especie de concurso de “si consigues llegar allí te llevas el bote”. Y nos lo llevamos.

Por aquí me tiré... y repetí.

Por aquí me tiré… y repetí.

Después de un gran día en Aquópolis, tapándole la boca a las ranas para que no soltaran agua, tirándonos desde el tobogán mientras gritábamos como posesos, o de perdenos unas docenas de veces, terminó el día. Mi tío no se iba a quedar en el Aquópolis y tampoco vendría a por nosotros. Su mujer se había envalentonado y “se había quedado con el camino”.

El problema no llegó con el camino precisamente… sino con la autovía. Entró en pánico. No quería pasar por la autovía (a día de hoy puedo entenderla). Era el punto más peligroso del camino, el único donde la muerte acechaba.
Mi tía optó por no cruzar la autovía. Al contrario, como si fuerámos coches, seguimos la autovía por el arcén. Era más peligroso pero, según mi tía, al menos así no cruzábamos la autovía.

Y anduvimos… y anduvimos… y anduvimos… y se hizo de noche…. Pero será verdad eso de que cuando estás mal hay gente que está peor porque a lo lejos divisamos a un grupo de personas mayores que estaban igual que nosotros. Nos juntamos todos, aunque íbamos a lugares diferentes. ¿Eso qué importaba? El ser humano tiene miedo de morir sólo.

A ver si así me paran....

A ver si así me paran….

Empezamos a hacer autostop. No paraba nadie: Era una autovía. Seguramente es que ni nos veían. Cuando tomamos una salida, cual coche que llega a su destino, alguno que otro paraba. Nadie quería llevarnos hasta que uno se dignó a llevar…. Al otro grupo. Y de nuevo nos quedamos solos.
Mi tía no conocía nada de Torrevieja. Sólo decía que nos llevaran hasta su Mercadona. Una mujer (una puta) nos dijo que no podía llevarnos porque venía de ahí. ¿Era un viaje sin retorno el que había hecho? Su muerte pesaría en su consciencia de no ser porque un coche nos montó y se dignó levarnos hasta allí.

No sé dónde nos habíamos ido caminando pero tardamos en llegar más de media hora en coche. Y ahora que lo menciono, pobre coche porque creo recordar que iba lleno, y cuando digo lleno quiero decir que iba lleno antes de que entráramos, a presión, nosotros tres.
Tras un largo y venturoso día llegamos a nuestro hogar. De aquella jornada aprendí que en la vida no hay que andar con complicaciones. Que hay que marcarse un objetivo y conseguirlo contra marea y que, una vez el objetivo está cerca, no hay que asustarse sino venirse arriba y cruzar autovías si hace falta. Comprendí que cuando se vislumbra el objetivo es imposible perderse y que, como sabemos, la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta.