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Mi experiencia con el TFG. La exposición.

El último empujón. Eso es lo que falta para terminar la carrera. Una simple exposición de un trabajo con el que llevas familiarizado un año y, por tanto, podrías defender hasta de resaca sin mucha complicación. Y así lo harás… pero estás nervioso.

Te han citado a las cuatro de la tarde y no entrarás hasta las siete y media. Empezarás a dar vueltas por el pasillo lentamente porque, como eres un gandul que te has tirado un año para una asignatura, aquellos con quienes compartes día de exposición del TFG te son desconocidos. Aún así, te dará tiempo entre tanto andar a hacerte 10 kms y, además, a entablar relación con es@s desconocid@s.

Si durante los paseos el mundo se te caía y empezabas a pensar que tu trabajo tenía carencias y que ibas a ser el único alumno en toda la historia que no iba a aprobar el TFG, cuando comienzas a hablar todo cambia. Un poco de crítica de profesores… un poco de anecdotario… un poco de “qué lástima que nos hayamos conocido aquí sino te follaba entera”… y es tu turno.

Cuando entras metes el pen pero, claro está, el ordenador no lo va a reconocer hasta que no lo intentas del orden de siete a ocho veces. Cuando por fin lo hace ya pesas un kilo menos debido al sudor que ha salido de tu cuerpo a pesar de que el aire está enchufado. Y comienzas a exponer…

Hola, soy Camacho y estoy esperando a exponer mi TFG.

Hola, soy Camacho y estoy esperando a exponer mi TFG.

Lo más importante en la exposición es tener paciencia. No me refiero a paciencia a la hora de exponer para no trabarte sino de paciencia para no mandar a la mierda a un tribunal que bostezará, mirará el móvil y, lo más importante, no te escuchará. Ellos ya tienen la nota y le importa poco la presentación. Así, es el momento de gustarte. Si tienes que decir que “a Carlos III le interesaba ante todo controlar la educación para luego ya si eso reformarla”, dilo.

Acaba la exposición. Te dan palmas y te felicitan. Sí, si me felicitaron a mí a ti también lo harán. Además, el primero en felicitarme fue un profesor especializado en mi tema de TFG, por lo que una vez acabó de hablar enchufé el modo “hablad los otros dos que me da igual, que esto está ya hecho y el sábado me chispo”. Además, los otros dos la única pega que te pondrán será que, si ordenas la bibliografía por año te dirán que la ordenes por apellidos, y si la ordenas por apellidos te dirán que la ordenes por años.

Tú mientras el tribunal comenta tu TFG pero te sabes aprobado.

Tú mientras el tribunal comenta tu TFG pero te sabes aprobado.

En definitiva, el TFG existe para poner a prueba al alumnado con la espera previa a la exposición. Pero si has aguantado cuatro años y medio, ¿Qué son dos horas?

El día que me perdí en Torrevieja

Finales de Agosto de algún año que no recuerdo. Mis padres habían quedado con mis tíos, la hermana de mi madre y su esposo (y mi padrino). Aquella noche iba a dormir en su casa para al día siguiente irme con ellos a Torrevieja a pasar unos días en la playa en la casa de unos amigos suyos que se la habían prestado.

Quedaron en la Plaza de España, craso error cuando están tocando los Celtas cortos, por aquel entonces sin su vocalista Cifu por problemas con el grupo. No obstante no tardamos en encontrarlos.

Al día siguiente, cuando llegamos a la casa, un pequeño dúplex con un patio bastante mono situado en una pequeña urbanización de casas similares, vislumbramos a los lejos algo que despertó el deseo de mi primo y mi tía nada más verlo: El Aquópolis. Se podía ver desde la lejanía dos grandes toboganes y algunas atracciones más, las más altas. Recuerdo también que cerca había un Mercadona, dónde mi tía iba a hacer las compras mientras mi primo y yo lo tocábamos y rompíamos todo. No era para menos. Éramos niños y nos aburríamos, máxime cuando mi tía se ponía a mirar todas las fechas de caducidad a todos los productos, los comprara o no.

No teníamos coche pero mi tío dijo que si queríamos ir, que íbamos a ir. Al día siguiente, por la mañana, con un solanero nos dirigió hasta allí. Él tampoco sabía. Me dijo:
“Estamos aquí y el Aquópolis allí. Lo vemos, tenemos el objetivo a la vista. ¿Cómo vamos a perdernos? Si hacemos lo que hay que hacer, aunque nos cueste, llegaremos”.

¡Y vaya si nos costó! El plan de la línea recta de mi tío hasta llegar al Aquópolis incluyó varios kilómetros dónde había que saltar matas, pincharse con cardos o cruzar autovías, todo ello bajo un sol demoledor. Era una especie de concurso de “si consigues llegar allí te llevas el bote”. Y nos lo llevamos.

Por aquí me tiré... y repetí.

Por aquí me tiré… y repetí.

Después de un gran día en Aquópolis, tapándole la boca a las ranas para que no soltaran agua, tirándonos desde el tobogán mientras gritábamos como posesos, o de perdenos unas docenas de veces, terminó el día. Mi tío no se iba a quedar en el Aquópolis y tampoco vendría a por nosotros. Su mujer se había envalentonado y “se había quedado con el camino”.

El problema no llegó con el camino precisamente… sino con la autovía. Entró en pánico. No quería pasar por la autovía (a día de hoy puedo entenderla). Era el punto más peligroso del camino, el único donde la muerte acechaba.
Mi tía optó por no cruzar la autovía. Al contrario, como si fuerámos coches, seguimos la autovía por el arcén. Era más peligroso pero, según mi tía, al menos así no cruzábamos la autovía.

Y anduvimos… y anduvimos… y anduvimos… y se hizo de noche…. Pero será verdad eso de que cuando estás mal hay gente que está peor porque a lo lejos divisamos a un grupo de personas mayores que estaban igual que nosotros. Nos juntamos todos, aunque íbamos a lugares diferentes. ¿Eso qué importaba? El ser humano tiene miedo de morir sólo.

A ver si así me paran....

A ver si así me paran….

Empezamos a hacer autostop. No paraba nadie: Era una autovía. Seguramente es que ni nos veían. Cuando tomamos una salida, cual coche que llega a su destino, alguno que otro paraba. Nadie quería llevarnos hasta que uno se dignó a llevar…. Al otro grupo. Y de nuevo nos quedamos solos.
Mi tía no conocía nada de Torrevieja. Sólo decía que nos llevaran hasta su Mercadona. Una mujer (una puta) nos dijo que no podía llevarnos porque venía de ahí. ¿Era un viaje sin retorno el que había hecho? Su muerte pesaría en su consciencia de no ser porque un coche nos montó y se dignó levarnos hasta allí.

No sé dónde nos habíamos ido caminando pero tardamos en llegar más de media hora en coche. Y ahora que lo menciono, pobre coche porque creo recordar que iba lleno, y cuando digo lleno quiero decir que iba lleno antes de que entráramos, a presión, nosotros tres.
Tras un largo y venturoso día llegamos a nuestro hogar. De aquella jornada aprendí que en la vida no hay que andar con complicaciones. Que hay que marcarse un objetivo y conseguirlo contra marea y que, una vez el objetivo está cerca, no hay que asustarse sino venirse arriba y cruzar autovías si hace falta. Comprendí que cuando se vislumbra el objetivo es imposible perderse y que, como sabemos, la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta.

El día que fui John Hartson

Cuando era más joven que ahora (ejem, ejem) podía tirarme fácilmente horas y horas jugando a la Play Station. Por supuesto, mis juegos favoritos y los únicos a los que jugaba eran de deportes: Tenis, Baloncesto y fútbol concretamente, siendo mi favorito el FIFA. Siempre creí que los juegos de guerra eran para niños infelices… y lo sigo creyendo.

Con el FIFA me creía el entrenador de los equipos y hasta le daba órdenes a la televisión. Pero la cosa extrapolaba a la vida real. Muchas veces creí que era un determinado jugador cuando jugaba con mis amigos.
Recuerdo que una tarde, en el parque del lobo, creí ser el mítico delantero John Hartson. Toda la tarde estuve intentando meter un gol y no lo conseguía. ¿¡Cómo Hartson iba a irse de allí sin meter un gol!?

Poco más tarde cayó uno, sí, de Hartson, osea mío, pero el portero pitó falta y yo, como buen delantero cazagoles no hice sino insultarlo durante el resto de la tarde y provocar choques con él, y eso que era mi amigo. ¡Si yo no metía un gol el West Brom podría echar a Hartson! Tuve que hacerlo.

No recuerdo si finalmente metí algún gol pero recuerdo que esa tarde encontré mi motivación creyéndome otra persona que, además y por suerte, no era un asesino.